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La vía de comunicación entre el intestino y el cerebro

En este artículo, comenzamos a describir las diferentes vías de comunicación entre nuestro cerebro y el intestino, y cómo la microbiota podría afectar

¿Cómo se comunican el intestino y el cerebro entre sí?

En la primera semana, mencionamos que el eje intestino-cerebro no está claramente definido como los ejes neuroendocrinos.

Múltiples canales de comunicación conectan estas dos partes de nuestro cuerpo.
Los analizaremos a partir del nervio vago.

Este nervio comienza en el bulbo raquídeo, una parte del tronco encefálico, y llega a los principales órganos internos del cuerpo: al corazón, a través del plexo cardíaco; a los pulmones, a través del plexo pulmonar; al esófago y continúa hasta el colon.

El nervio vago forma parte del sistema nervioso parasimpático, asociado a la alimentación y al descanso (mientras que su opuesto, el sistema nervioso simpático, se asocia a una activación repentina, lucha o huida). Sin embargo, también lleva información en el otro sentido, desde los órganos internos hasta el cerebro, proporcionando retroalimentación sobre el estado del cuerpo.

Este nervio es una de las vías por las que la microbiota puede afectar al cerebro: el nervio vago puede “percibir” los productos metabólicos de la bacteria y transmitir esa información a donde se puede integrar.

Por otro lado, los estudios revelaron que el nervio vago también está compuesto por fibras nerviosas que transportan señales antiinflamatorias. La reducción de la inflamación del cuerpo, especialmente del intestino, y la disminución de la permeabilidad de las membranas intestinales, son dos formas a través de las que el cerebro puede influir directamente sobre la composición de nuestra microbiota intestinal.

Otra vía de comunicación que conecta el microbioma intestinal y el cerebro está formada por los ácidos grasos de cadena corta (AGCC). Ya sabemos que los ácidos grasos pueden estar formados por bloques de construcción más largos o más cortos. Los AGCC, como su nombre sugiere, están formados por unos pocos átomos de carbono. Son producidos por las bacterias al metabolizar los carbohidratos que no pudieron digerirse. Los AGCC son utilizados como sustrato energético por el sistema digestivo y mejoran nuestra salud intestinal al reducir la inflamación, aumentar la secreción de mucosidad y mantener la integridad de la barrera intestinal.

Una parte del AGCC se absorbe por el torrente sanguíneo y puede llegar al cerebro, atravesando la barrera hematoencefálica, gracias a los transportadores de monocarboxilatos. En el cerebro, el AGCC puede unirse a receptores específicos y activar el hipotálamo, un área que ya conocemos por el papel que desempeña en la regulación del metabolismo. También pueden modular la neurotransmisión en el cerebro y promover la síntesis de serotonina, un importante neurotransmisor utilizado por el cerebro.

Un tercer canal que conecta el cerebro y el intestino lo constituyen las vías de señalización hormonal. En la segunda semana describimos algunas hormonas producidas por el aparato digestivo que pueden influir en nuestro comportamiento alimentario. Lo interesante es que la producción de estas hormonas, como el péptido YY, puede modularse por la cantidad de AGCC que circula por nuestro organismo. Los AGCC también pueden modular los niveles de insulina, ghrelina y leptina, hormonas que afectan a nuestro metabolismo, así como a nuestro estado de ánimo y cognición.

En conclusión, el cerebro y el intestino pueden comunicarse de varias formas; algunas serían totalmente impensables hace solo unas décadas.

Los nuevos conocimientos que hemos adquirido recientemente nos ayudan a entender no solo cómo funcionan el intestino y el cerebro en condiciones normales, sino que también pueden arrojar algo de luz sobre los efectos a largo plazo del estrés y otras condiciones psicológicas sobre el buen funcionamiento de nuestro sistema digestivo.

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Alimentación: la relación entre la comida, el intestino y el cerebro

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