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¿Puede el cerebro modificar nuestra microbiota?

En esta última semana, demostramos cómo modificar la microbiota puede afectar al cerebro.
drawing of a human brain

En esta última semana, demostramos cómo modificar la microbiota puede afectar al cerebro.

¿Existe alguna evidencia de lo contrario, es decir, de que el cerebro puede modificar la composición de nuestra flora intestinal? Hay maneras obvias en que esto puede suceder. Dado que el comportamiento alimentario es el resultado de procesos cognitivos, emocionales y neuronales, el cerebro puede modular nuestro microbioma a través del control de la alimentación.

Sin embargo, hemos observado que estos mecanismos de control no son lineales: existe un bucle cerrado donde tanto el intestino como el cerebro reciben y envían señales, en un esfuerzo por mantener el equilibrio metabólico y satisfacer los requisitos del cuerpo.

Así, buscamos comprobar si situaciones como el estrés pueden modificar la microbiota intestinal, al igual que modificar nuestra flora intestinal puede alterar nuestra reacción al estrés.

¿Existen estudios que demuestren este efecto?

En animales, se ha demostrado en varias ocasiones que un cambio repentino en las condiciones de vida, como una reducción de la cantidad de alimento disponible o el aislamiento social, puede tener un efecto sobre la microbiota intestinal.
Las bacterias involucradas con mayor frecuencia son los lactobacilos, y el fenómeno se puede observar en múltiples animales: ratones y ratas, monos e incluso en humanos.

Por ejemplo, un estudio reveló que los factores estresantes (ruidos alarmantes) durante el embarazo de los monos rhesus podrían disminuir el número de lactobacilos presentes en la flora de los recién nacidos, mientras un segundo estudio mostró que separar a los jóvenes de las madres en la misma especie de monos podría conducir a una disminución temporal de la población intestinal de lactobacilos.
Cuando los signos conductuales de angustia eran mayores, la población de lactobacilos era menor en número; a medida que los monos recreaban relaciones sociales y se recuperaban, la flora intestinal también lo hacía.

A menudo, la relación circular entre nuestro intestino dificulta la identificación de la relación causal (¿qué sucedió primero?). No obstante, como tenemos pruebas de los efectos de la microbiota intestinal sobre el cerebro y del cerebro sobre la microbiota intestinal, podemos afirmar con seguridad que ambas vías son posibles.

En la actividad anterior, mencionamos algunas formas a través de las cuales el cerebro podría afectar a la microbiota: un mayor nivel de actividad antiinflamatoria del nervio vago; un aumento o disminución de las deposiciones y la peristalsis en el estómago; la regulación de los niveles circulantes de hormonas de estrés a través del eje hipotálamo-hipofisario.

¿Qué sucede con los humanos?

Los estudios que contemplan someter a los humanos a un estrés inusual no se considerarían éticos ni aceptables, por lo que debemos analizar la microbiota de las personas con enfermedades psicológicas crónicas, como depresión o ansiedad.

Se trata de estudios correlacionales, que solo nos revelan que existe un vínculo entre la microbiota y algunas patologías, pero no pueden explicar qué causa qué ni en qué orden.
Varios estudios observaron un aumento de los bacteroidetes en la microbiota fecal de pacientes que padecían un trastorno depresivo mayor, mientras en otros se observaron alteraciones de mayor extensión.

En conclusión, podemos aseverar que la relación entre cerebro, intestino y microbiota es verdaderamente circular, y una alteración en este equilibrio puede afectar a ambos polos de este eje. El intestino y la microbiota intestinal se han descrito en algunos estudios como dos de los guardianes del cerebro.
Esto probablemente sea cierto, pero también lo es que nosotros -nuestras mentes y cerebro- podemos y debemos defender una microbiota saludable y disfrutar de los beneficios de un eje intestino-cerebro saludable.

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Alimentación: la relación entre la comida, el intestino y el cerebro

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